La intolerancia más monstruosa en las elecciones que se desarrollan en Los Estados Unidos, no tiene que ver ni con la raza ni con el sexo, sino con La Religión.
Las campañas de rumores alegan que Obama es un musulmán encubierto que planea imponer la ley islámica en el país. Increíblemente, incluso se le acusa seriamente de ser El Anticristo.
Quienes plantean esta teoría ofrecen explicaciones teológicas al detalle del porqué es el anticristo, y la prueba es que dice ser cristiano –después de todo, el anticristo diría eso, ¿no es cierto?–. Los rumores han circulado lo suficiente como para que Glenn Beck de CNN preguntara al reverendo John Hagee, un evangélico conservador, cuáles son las probabilidades de que lo sea.
Estas acusaciones son fanáticas, el propio equivalente de Estados Unidos de las acusaciones malintencionadas sobre los judíos que circulan en algunos países musulmanes. Son menos un golpe contra un candidato que una calumnia en contra de toda una religión. Subrayan que para muchos estadounidenses intolerantes del siglo XXI, decirle a alguien musulmán aún es denigrarlo.
Existe un paralelismo con campañas presidenciales del siglo XIX y principios del XX, cuando una de las formas más comunes de atacar un candidato era sugerir que era negro en parte o que al menos estaba a favor de los matrimonios interraciales. Por ejemplo, los federalistas acusaron a Thomas Jefferson de ser “el hijo mestizo de una indígena squaw, engendrado por un padre mulato de Virginia”. Y se acuñó la palabra mestizaje en 1863 y 1864 en las acusaciones de que Abraham Lincoln conspiraba en secreto para que los negros se casaran con blancas, en especial con irlandesas estadounidenses.
Se trata de un caso en el que Hillary Rodham Clinton y John McCain deberían tener la iniciativa y denunciar el alarmismo sobre Obama como discursos de odio. Las referencias indirectas a “Barack Hussein Obama” y las mentiras sobre que asiste a una madraza son el equivalente religioso de las calumnias raciales, y McCain y Clinton deberían denunciarlas en los términos más enérgicos. Es su oportunidad de mostrar liderazgo.
Cuando se le preguntó a Clinton en una entrevista por televisión hace una semana si Obama es musulmán, lo negó categóricamente, pero después agregó, en forma muy desafortunada, “hasta donde yo sé”. Dicho sea a favor de McCain, él regañó al presentador de un programa de radio que en repetidas ocasiones se refirió a “Barack Hussein Obama” y después lo llamó “Candidato de Manchuria”.
Martin Luther no fue un modelo de tolerancia, pero incluso él asumió la posición: “Preferiría que me gobernara un turco sabio que un cristiano tonto”. En esta campaña presidencial, deberíamos al menos aspirar a tener la mente tan abierta como los alemanes del siglo XVI.
El Universal