NOTICIACRISTIANA.COM.- Desde tiempos antiguos, el pueblo de Dios ha luchado con una visión distorsionada del cuerpo humano. Enfrentamos ideales culturales, presiones sociales, enfermedades, envejecimiento y autocríticas que nos hacen ver el cuerpo como un obstáculo.
Pero el Salmo 139 (palabras de David inspiradas por Dios) nos recuerda que el cuerpo no es un error. Es una obra maestra creada con asombrosa intención. Este himno restaura la perspectiva correcta, mostrando que nuestro cuerpo está diseñado para reflejar la gloria, el propósito y la eternidad de su Creador.
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De la concepción a la adoración
David no habla solo desde la emoción humana; habla como alguien consciente de la soberanía divina. Al contemplar su nacimiento, expresa: “Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho” (Salmo 139:14).
Cada parte del cuerpo, cada célula, cada rasgo visible o invisible fue tejido por manos divinas. Como una madre que se maravilla ante los detalles de su hijo recién nacido, así debemos responder nosotros: con gratitud y asombro. Esta mirada transforma el desprecio corporal en adoración.
Un cuerpo con huellas eternas
La cultura moderna nos anima a retocar, modificar y ocultar nuestros cuerpos para ajustarlos a patrones efímeros. Pero Dios los creó para declarar su gloria (Salmo 19:1).
La forma en que caminamos, servimos, cuidamos a otros y enfrentamos el desgaste físico puede ser una expresión de alabanza. Nuestra piel envejecida, nuestras manos cansadas y nuestras limitaciones también hablan de la historia que Dios escribe con cada cuerpo: una historia que no se define por estándares humanos, sino por la fidelidad del Creador.
Propósito
Tras reflexionar sobre el origen glorioso del cuerpo, David contempla su destino final. La finitud del cuerpo humano (envejecimiento, enfermedad y muerte) no es un accidente. Es parte del diseño divino.
Dios no se equivoca al permitir que nuestra fuerza disminuya o que nuestras capacidades se desgasten. En Salmo 139:16, David afirma que todos sus días fueron escritos antes de que existiera uno solo. Esta convicción da libertad al creyente para vivir sin miedo al deterioro físico, sabiendo que cada día está dentro del plan perfecto de Dios.
El cuerpo no solo fue creado con intención, sino también redimido con sacrificio. Dios formó el cuerpo de Su Hijo en secreto (como el tuyo), pero ese cuerpo fue quebrantado y entregado para redimirnos. Por eso, el cristiano no vive diciendo: “Mi cuerpo, mi decisión”, sino “Mi cuerpo, tu propósito”.
La muerte no es el final del cuerpo humano: es la antesala de su glorificación. David lo expresa con esperanza: “Al despertar, aún estoy contigo” (v. 18). Esperamos una resurrección donde cada cuerpo será transformado: sin corrupción, sin dolor, sin límites. Un cuerpo eterno, glorioso y libre.
Cada cuerpo en misión
Las verdades del Salmo 139 también confrontan el orgullo y la vanidad. No importa si tienes fuerza, belleza o limitaciones: tu cuerpo fue creado para servir a Dios.
Si estás encorvado por el peso de los años o limitado por enfermedad, aún puedes glorificarle. Como Jesús, podemos entregar nuestro cuerpo para ayudar, amar y obedecer. Y en esa entrega diaria, vivimos con la esperanza de recuperarlo en gloria, redimido y transformado para siempre.
Dios no se equivocó al crear tu cuerpo. No es un accidente, ni un error que debe ser ocultado o corregido: es una obra gloriosa destinada a reflejar Su carácter desde el vientre hasta la eternidad.
Artículo original de TGC.
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