Kevin DeYoung.- La mayoría de la gente sabe que el racismo está mal. Es una de las pocas cosas en las que casi todo el mundo está de acuerdo. Y, sin embargo, me pregunto si (incluso yo) hemos pasado suficiente tiempo considerando por qué está mal.
Fácilmente podemos dar a conocer nuestras opiniones de “por qué odio el racismo”, pero tal vez solo estamos buscando una base moral, o palmaditas en la espalda, o ganar amigos e influir en las personas, o demostrar que no somos como esas personas, o tal vez solo estamos diciendo lo que siempre hemos escuchado decir a todos.
Como cristianos, debemos pensar y sentir profundamente no solo el qué de la Biblia, sino también el por qué. Si el racismo es tan malo, ¿por qué es tan malo?
Aquí hay diez razones bíblicas por las cuales el racismo es pecado y ofensivo ante Dios.
No soy ni más digno o merecedor de dignidad que cualquier otro humano de cualquier otro género, color, o etnia.
1. Todos estamos hechos a imagen de Dios (Gn. 1:27). La mayoría de los cristianos lo saben y lo creen, pero las implicaciones son más asombrosas de lo que podemos imaginar. El racismo ha intentado robarle a los irlandeses, a los afroamericanos, y a muchas otras etnias su exaltado estatus como portadores de la imagen de Dios. Intenta hacerlos similares a los animales. Por supuesto, como hombre blanco, no soy más como Dios en mi ser, no soy más capaz de adorar, ni más hecho con un propósito divino, ni más digno o merecedor de dignidad que cualquier otro humano de cualquier otro género, color, o etnia. Somos más parecidos que diferentes.
2. Todos somos pecadores corrompidos por la caída (Ro. 3:10-20; 5:12-21). Todos los que han sido creados a la imagen de Dios también tienen esa imagen manchada y dañada por el pecado original. Nuestra antropología es tan idéntica como nuestra ontología. Misma imagen, mismo problema. Somos más parecidos que diferentes.
3. Todos somos, si somos creyentes en Jesús, uno en Cristo (Gá. 3:28). Vemos en el Nuevo Testamento que la justificación por la fe no erradica nuestro género, nuestra vocación, o nuestra etnicidad, sino que relativiza todas estas cosas. Nuestra primera y más importante identidad no es masculina o femenina, estadounidense o rusa, negra o blanca, hispana o francesa, rica o pobre, influyente u oscura, sino cristiana. Somos más parecidos que diferentes.
4. La separación de los pueblos fue una maldición de Babel (Gn. 11:7-9); unir a los pueblos fue un regalo de Pentecostés (Hch. 2:5-11). La realidad de Pentecostés puede no ser posible en todas las comunidades; después de todo, Jerusalén tenía a todas esas personas allí debido a un día santo, pero si nuestra inclinación es avanzar en la dirección del castigo de Génesis 11 en lugar de hacia la bendición de Hechos 2, algo está mal.
Cuando tratamos a las personas injustamente no honramos al Cristo que vino a salvar a todos los hombres.
5. La parcialidad es un pecado (Stg. 2:1). Cuando tratamos a las personas injustamente, cuando asumimos lo peor de las personas y los pueblos, cuando favorecemos a un grupo sobre otro, no reflejamos al Dios de la justicia, ni honramos al Cristo que vino a salvar a todos los hombres.
6. El amor verdadero ama como esperamos ser amados (Mt. 22:39-40). Nadie puede decir honestamente que el racismo trata a nuestro prójimo como nos gustaría que nos trataran.
7. Todo el que odia a su hermano es un asesino (1 Jn. 3:15). Lamentablemente, podemos odiar sin darnos cuenta que odiamos. El odio no siempre se manifiesta como una ira implacable, y no siempre (debido a la misericordia de Dios) se traduce en asesinato. Pero el odio es un asesinato del corazón, porque el odio mira a alguien más o a algún otro grupo y piensa: “Desearía que no existieras. Eres lo que está mal en este mundo, y el mundo sería mejor sin gente como tú”. Eso es odio que suena muy parecido a asesinato.
8. El amor se regocija en lo que es verdadero y busca lo que es mejor (1 Co. 13:4-7). No puedes creer todas las cosas y esperar todas las cosas cuando asumes lo peor de las personas y vives tu vida alimentada por prejuicios, convicciones equivocadas, y simple animosidad.
9. Cristo vino a derribar muros entre pueblos, no a edificarlos (Ef. 2:14). Esta no es una promesa recubierta de dulce que pide que todos dejen de lado la doctrina y se lleven bien por el bien de Jesús. Efesios 2 y 3 hablan sobre algo mucho más profundo, mucho más glorioso, y mucho más cruciforme. Si los que hemos sido hechos en la misma imagen, nacidos en el mundo con el mismo problema, encontramos la misma redención a través de la misma fe en el mismo Señor, ¿cómo no podemos acercarnos los unos a los otros como miembros de la misma familia?
10. En el cielo no hay lugar para el racismo (Ap. 5:9-10; 7:9-12; 22:1-5). ¡Ay de nosotros si nuestra visión de la buena vida aquí en la tierra quedará completamente deshecha por la realidad de los nuevos cielos y la nueva tierra! El antagonismo hacia personas de otro color, idioma, u origen étnico es antagonismo hacia Dios mismo y su diseño para la eternidad.
Los cristianos deben rechazar el racismo, y hacer lo que puedan para exponerlo y para que el evangelio lo exponga, no porque amemos las palmaditas en la espalda por nuestra indignación moral, o estemos desesperados por recuperar la autoridad moral, sino porque amamos a Dios y nos sometemos nosotros mismos a la autoridad de su Palabra.
Keven DeYoung
Escritor, teólogo.
Mdiv, Seminario Teológico Gordon-Conwell
Pastor Iglesia Christ Convenant en Matthews, Carolina del Norte
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