Heather Veitch es alta, curvilínea, rubia y de ojos azules, y se sirvió de sus cualidades para vender fantasías en cabarets de Estados Unidos, hasta que un día decidió frecuentarlos sólo con el fin de acercar a Dios a sus ex colegas, eventuales fieles de una iglesia para la industria del sexo. «Si eres cristiano, míranos en acción», reza el lema al que Heather pone cuerpo y voz, mientras sostiene una Biblia en pose provocativa, junto a dos compañeras tan atractivas como ella que predican en su iglesia en California (oeste), en exposiciones de la industria pornográfica o en clubes nocturnos.
Además de una voz ingenua, a los 32 años Heather tiene una biografía intensa: un matrimonio fracasado por violencia, un hijo a los 18 años, un lustro como ‘stripper’, cuatro apariciones en películas «soft porno» y una segunda hija con su actual esposo, desahuciado por cáncer cerebral.
Según la Agencia de Noticias AFP desde hace tres años, Heather es pastora, sin orden, de la Iglesia cristiana «JC’s Girls, Girls, Girls», ‘JC’ por Jesucristo y ‘Girls’ (chicas) por cada una de las principales evangelizadoras, que además de ella, incluyen a Lori, ex stripper, y a Tanya, maestra escolar.
Las tres mujeres son los rostros de una Iglesia que aseguran no tiene fines de lucro. La sede, en Riverside, a unos 200 km de Los Ángeles, tiene un local sobrio, sin la estética rosa y abrillantada de sus misas en Las Vegas o de su página web, que cuenta con unos 2.100 miembros, no solo de la industria del sexo.
La Convención Bautista del Sur de California apoya como asociada a la Iglesia «JC’s Girls», aunque reconoce que su sitio web puede ser demasiado provocador para algunos creyentes. Sus prédicas la llevaron en marzo al popular programa televisivo «Club 700» del polémico pastor Pat Robertson, quien la presentó como «Holy Hottie» (Santa Ricura).
«Si la gente quiere donar no hay problema y se usa para mantener la sede», aclara Heather en la sede de la Iglesia, enclavada en un típico suburbio estadounidense que luce impecable, con su urbanismo matemático y su avenida principal repleta de distintas casas religiosas.
A pocos kilómetros, en una de esas casas con césped perfecto, arrestaron días antes a un exiliado cubano que vivía con unas 1.500 armas, uno de los arsenales más grandes decomisados en Estados Unidos. «Todo el mundo necesita la palabra de Dios», sostiene Heather al comentar la noticia.
Aunque los domingos en Riverside lee unos salmos y entona cánticos cristianos con unas guitarras de fondo, la verdadera misión de Heather tiene lugar una vez al mes, cuando con algunas voluntarias parte a los clubes nocturnos.
«Entramos y, al azar, compramos a una de las chicas que ofrecen ‘lapdance’ (baile en privado). Son sólo tres minutos, los pagamos y cuando la tenemos en frente, le decimos que no lo haga, que le traemos fe».
Pocas se resisten, y como Heather ya es famosa por apariciones en la prensa, varias chicas la reconocen y se le acercan a pedirle consejos, a contarle problemas. Heather empezó a bailar en bikini en 1995, cuando a los 21 años se encontró sola, sin dinero y con un hijo. En ese entonces ganaba «entre 200 y 700 dólares por noche, trabajaba tres días» y no se sacaba las prendas.
Ahorró hasta poder pagar una operación de busto de 5.000 dólares que le trajo sus primeras ofertas para actuar en películas pornográficas de bajo presupuesto, y «sin penetración», aclara. Grabó cuatro, le pagaron menos de lo que le había costado la cirugía y volvió a las tablas de los cabaret.
En este regreso al baile, por sacarse la parte de arriba del bikini llegó a ganar 2.000 dólares la noche. Pero ante el dinero fácil, el alcohol, la soledad y el terror a que el mundo se iba a acabar pasando el milenio, decidió retirarse en 1999.
Fue entonces cuando llegó a la Iglesia cristiana, se casó con su estilista, Jon Veich, estudió maquillaje y peluquería, tuvo otra hija, y borró de un plumazo su pasado, hasta que en 2003 se enteró de que una de sus mejores amigas ‘stripper’ había muerto sola por alcoholismo y droga. «Nunca hablé nada de mi pasado con nadie, pero este episodio rompió de verdad mi corazón y supe que tenía que regresar y hablar con las chicas de que existe otro camino, y Dios se ocupa de nosotras también», cuenta Heather, aclarando que no trata de cambiar sus vidas, sólo busca que no se sientan solas y que para ello pueden creer en Jesucristo.
Su misión atrajo incluso a la prensa en Gran Bretaña. «Queremos seguir creciendo, pero no tenemos dinero, por eso si alguien está interesado en nuestra Iglesia puede perfectamente ayudarnos, pero no pagamos nada», afirma.
El proyecto se ha extendido con voluntarias en todo el país, que llaman buscando ayuda o queriendo seguir su ejemplo predicador antes de subir a las mesas. «También vamos a las exposiciones de la industria pornográfica» y repartimos Biblias. Asegura que es más pobre que antes: todavía sale a bailar para disfrutar el tiempo que le queda con su esposo enfermo, y en el aire flotan ofertas para un ‘reality show’.
«Dios es el que manda, esperemos que todo salga», se despide Heather, con semblante de estrella porque «en horas» partirá a Las Vegas a predica.
Agencia Orbita