Aciera:“Las Iglesias Evangélicas no apoyan ningún partido político”

“OPINIÓN DE ACIERA SOBRE LA PARTICIPACIÓN EN POLITICA DE CRISTIANOS EVANGÉLICOS”

Estamos en un año electoral y, tal como ha ocurrido en los últimos años, escuchamos del ofrecimiento de candidaturas o espacios que los partidos políticos hacen a líderes evangélicos, o de candidatos que buscan el apoyo de “los evangélicos”. También vemos cómo algunos pastores procuran sumar adhesiones a ciertos candidatos o partidos, ya sea porque les han prometido “beneficios” para los evangélicos o alguna cuota de poder. En este contexto algunos han llegado a hablar de “un partido político evangélico”, idea que gracias a Dios nunca ha prosperado en nuestro país y ya ni se menciona.

Si bien como alianza de iglesias respetamos las decisiones de cada uno de nuestros miembros, dadas las múltiples consultas y situaciones que se han generado, nos parece oportuno expresar el consenso que siempre ha caracterizado a las iglesias de la alianza sobre este asunto.

Podemos otorgar el beneficio de la duda y suponer que, tanto los políticos que hacen los ofrecimientos como los pastores que los aceptan, tienen las mejores intenciones y buscan solo la purificación de la política y el bien común. Tanto unos como otros se equivocan y, en el caso de los pastores, este error tiene consecuencias fatales para la iglesia y el evangelio.

Los políticos se equivocan cuando entusiasmados por el creciente número de evangélicos creen que si logran sumar a su causa a alguno o algunos de sus líderes detrás de ellos vendrá “el voto evangélico”. No entienden lo que es la iglesia evangélica y cómo funciona. Este pensamiento responde a la idea de ver a las iglesias evangélicas como sectas y pensar que sus miembros son seguidores dóciles de sus líderes. No existe tal relación de influencia directa entre los líderes y el pueblo evangélico. La mayoría de quienes en América Latina intentaron esto no llegaron a sumar ni siquiera los votos de su propia congregación.

¿Está mal que la iglesia se interese y actúe en los problemas sociales? Claro que no. Las iglesias evangélicas tienen aquí una amplia experiencia y su participación en situaciones de crisis sociales, educación, adicciones, pobreza, marginalidad y defensa de la vida aún no ha sido valorada en su justa dimensión por el resto de la sociedad.

¿Está mal que un evangélico participe en política? Por supuesto que no. Debemos animar a nuestros hermanos y hermanas a estar presentes en todos los ámbitos de la sociedad con excelencia, entrega y santidad. Esto incluye también el ámbito de la política. Creemos que como iglesias evangélicas no hemos alentado suficientemente a nuestros miembros a una participación política comprometida y responsable. Por diferentes razones históricas y teológicas, en los medios evangélicos latinoamericanos siempre se vio el ámbito de la participación política como algo sucio que debía evitarse. Es tiempo de cambiar esta mentalidad.

No obstante, pretender participar en la lucha política como iglesia o “pueblo evangélico”, es una distorsión de la misión de la iglesia. Es misión de la iglesia defender valores como los de la vida, la justicia, la verdad, la igualdad, la dignidad humana o la santidad de la creación, por mencionar solo algunos. Cuando lo ha hecho, ha afectado verdaderamente a la sociedad y más de una vez ha tenido que pagar el alto precio del sacrificio.

La lógica de la política es contraria a la lógica del reino de Dios. La política se construye con poder, el reino de Dios se extiende con servicio.

La tentación hoy llega bajo la promesa de cuotas de poder o de privilegios. “Si nos votan tendrán este espacio”, “Si nos votan lograrán estos privilegios”. La iglesia no está para servirse a sí misma. La transformación social jamás se hará desde el poder. Quien quiera afectar a la sociedad en nombre de Jesucristo lo hará desde el servicio y no desde el poder.

Recordemos algunos ejemplos de la historia reciente: ¿Quién cambió la historia de los Estados Unidos en el siglo XX? ¿Los políticos evangélicos, algunos de ellos racistas, defensores de la pena de muerte y la guerra; o el pastor afroamericano Martin Luther King con su prédica que lo llevó al martirio? ¿Quién afectó más la situación en Sudáfrica, los políticos, muchos de ellos evangélicos reformados sostenedores del apartheid, o el obispo Desmond Tutu? Por supuesto que lo que estos hombres hicieron tuvo consecuencias políticas, pero no obraron desde el poder político sino desde la “debilidad” de la entrega, la coherencia y la fe.

Algunos dicen: “necesitamos evangélicos en la política”. Es un error si se piensa que el solo hecho de ser evangélico es suficiente. Lo que se necesita en la política son hombres y mujeres preparados, capaces, íntegros, honestos, eficientes, con los mismos valores que defendemos, y si tienen una fe en Jesucristo, mucho mejor. Muchos caen bajo la seducción del poder y aceptan candidaturas políticas sin más antecedentes que sus tareas ministeriales. Son hombres de Dios preparados para servir a Dios y es de reconocer que en el arduo trabajo pastoral son experimentados y preparados. Pero en el área política ¿Cuál ha sido su militancia? ¿Cuál ha sido su formación? ¿Cuentan con un proyecto para la transformación social desde el punto de vista político? Suele responderse: “es una puerta que Dios abre”. Queremos ser claros, Dios abre puertas a quienes estén preparados y capacitados conscientemente más allá de sus buenas intenciones. Si algún cristiano se ha preparado para el servicio público, ha desarrollado una militancia, tiene un marco ideológico y una vocación política, ese es su campo de acción, su tierra de misión. Pero, si un cristiano que habiendo recibido el llamado divino al pastorado deja su ministerio para servir a través de la política aun a aquellos que son enemigos de Cristo, entendemos que el contexto denominacional en el que se encuentre, y por sobre todo la guía del Espíritu Santo de Dios serán quienes deban brindar legitimidad a esa decisión personal de abandonar el pastorado y dedicarse a la política. Es sabio tener en cuenta que el valor de su credibilidad, el respeto de sus fieles y su rica experiencia ministerial, es un capital que le pertenece a Dios y que por su infinita Gracia fue derramada sobre su vida para el servicio a la Iglesia y la extensión del Reino de Dios.

La tentación del poder es una de las más difíciles de resistir y suele venir bajo un sutil disfraz. Jesús mismo tuvo que soportar esta tentación. Vale entonces recordar el consejo de Pablo a quienes en la iglesia de Filipos peleaban por cuotas de poder. A ellos les dijo: “Cada uno no debe velar por sus propios intereses sino por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien… no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente haciéndose como siervo, semejante a los seres humanos. Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo”.

Argentina necesita más políticos que se encuentren con el poder transformador de Jesucristo y no más evangélicos que se dejen seducir por el poder temporal de la política.

Rubén Proietti
Presidente

Jorge Sennewald
Vicepresidente 1º

Comparte este artículo

No puede copiar contenido de esta página