Jessica Hayes consiguió un vestido de novia, un velo y un anillo de boda. Estaba allí para casarse con Jesucristo. Hayes, de 41 años, es una virgen consagrada, una vocación adoptada por algunas mujeres dentro de la Iglesia Católica que desean entregarse como novias a Dios.
Durante el rito de consagración, la candidata – que lleva un vestido blanco igual al de una novia- hace votos perpetuos de castidad y promete que nunca mantendrá relaciones sexuales o amorosas. Para llegar hasta allí debe, además, haberse mantenido virgen toda la vida.
Las mujeres creyentes que deciden dar este paso también llevan un anillo de bodas, símbolo de que están místicamente comprometidas con Cristo. «A menudo me ven el anillo y me preguntan ‘¿estás casada?», dice Hayes. «Por lo general les doy una breve explicación de que soy algo parecido a una hermana religiosa, con un compromiso total con Cristo pero que vivo afuera, en el mundo».
Al contrario que las monjas, las vírgenes consagradas no se mudan a comunidades cerradas ni llevan hábito o túnica. Su vida es secular, tienen sus trabajos, se solventan sus propios gastos y son económicamente independientes.
Cuando no está dando clase, Hayes dedica la mayor parte de su tiempo a la oración y a cumplir penitencia. Tiene que reportarse al obispo de su diócesis y mantiene reuniones regulares con un consejero espiritual.
«Vivo en un barrio y tengo vecinos, pertenezco a la parroquia que está a poco más de 3 kilómetros de mi casa y estoy disponible para ayudar a familiares y amigos. Luego doy clases, así que estoy rodeada de gente durante el día, pero me hago el espacio para mantener ese vínculo que me consagra al Señor».
Incluso dentro de la Iglesia Católica, las vírgenes consagradas son poco conocidas, en parte porque la vocación solo fue sancionada públicamente por la Iglesia hace menos de 50 años, tras el Concilio Vaticano II.
Sin embargo, las vírgenes han sido parte de la Iglesia desde los primeros tiempos del cristianismo. En los primeros tres siglos después de Cristo, muchas murieron como mártires en su intento de mantener su fidelidad virginal al Dios con el que se habían comprometido.
Entre ellas, Inés de Roma, quien según la tradición cristiana se resistió a las presiones del gobernador de la ciudad, que quería desposarla, para vivir una vida de castidad. En la época medieval, y conforme fue creciendo la popularidad de la vida religiosa monástica, esta práctica disminuyó.
Y volvió luego a emerger con el documento Ordo consecrationis virginum, de 1971, donde el Vaticano reconoció la virginidad perpetua como un estado de vida voluntario para las mujeres dentro de la Iglesia (y no existe un equivalente para los hombres).
Para Hayes, este tipo de vocación era terreno desconocido: no había pensado en convertirse en una virgen consagrada hasta que se encontró con un asesor espiritual que, según ella, «comenzó a hacer las preguntas correctas».
«Simplemente, en el silencio de la oración, se me hizo muy claro que el Señor me estaba pidiendo que viviera en una relación conyugal con él», recuerda.
Un breve informe de la Congregación de Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica (CICLSAL) y USACV, cita hay 4 mil vírgenes consagradas en 78 países, de acuerdo a un relevamiento de 2015. 1.220 de ellas viven en Francia e Italia, los dos países con más mujeres con esta vocación
EE.UU., México, Rumania, Polonia, España, Alemania y Argentina siguen en la lista de países con mayor número de vírgenes consagradas 5.000 vírgenes consagradas se estima existirán en 2020
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