NOTICIACRISTIANA.COM.- En más de una mujer existe una batalla interna que se libra día tras día: la necesidad de llevar la voz principal, de tener la última palabra, de ajustar el rumbo de quienes la rodean.
Esta no siempre se expresa con palabras duras; a veces se viste de sobreprotección, silencios estratégicos, manipulaciones suaves o sobrecarga emocional. Pero sigue siendo una lucha por dominar.
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No es algo nuevo: comenzó en el Edén
El deseo de controlar tiene raíces antiguas. Desde Génesis 3, cuando el pecado entró en el mundo, también se rompió la armonía en el diseño entre el hombre y la mujer. El anhelo de ejercer dominio sobre el esposo ha sido parte de esa distorsión.
“Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.” Génesis 3:16b
Esa “inclinación” no se trata solo de afecto, sino de querer ocupar el lugar de liderazgo. Pero Dios no diseñó a la mujer para competir, sino para complementar con sabiduría y gracia.
Y la mayoría de las veces sucede, como explica Aviva Nuestros Corazones, que en lugar de apoyar, muchas veces caemos en el rol de corregir, presionar y exigir.
“La mujer, con su constante insistencia en cambiar a su esposo, se levanta como un agente de corrección, no de edificación.”
Detrás de ese deseo suele haber miedo: al rechazo, a que todo se desmorone, a que algo se nos salga de las manos. Queremos garantías.
Y si no confiamos en que Dios está dirigiendo, terminamos intentando tomar Su lugar. Pero el control no calma; solo nos vuelve rígidas, solitarias y agotadas. Nos convierte en esposas tensas, madres perfeccionistas, hijas hirientes o líderes defensivas.
No fuimos llamadas a dominar
La Palabra de Dios no nos llama a competir con los hombres ni a tomar su lugar, sino a reflejar la belleza de Cristo a través de un espíritu apacible y confiado. Eso no significa ser pasivas o débiles, sino estar ancladas en Aquel que gobierna mejor que nosotras.
“La gracia de Dios capacita a la mujer para ser una influencia humilde y piadosa.” — Aviva Nuestros Corazones
Cuando dejamos de intentar “arreglar” a los demás y rendimos nuestra necesidad de controlar, empezamos a vivir como verdaderas ayudadoras, no como rivales. Y ahí es donde florece la paz.
¡Mujer de Dios! La rendición también es poder
Soltar el control no es señal de debilidad. Es evidencia de madurez espiritual. Cuando rendimos esa espina al Señor, Él la transforma en una perla de gracia.
Tal vez nunca recibamos el reconocimiento por haber callado cuando pudimos responder, por haber orado cuando queríamos imponernos, o por haber esperado cuando todo en nosotras decía “actúa”. ¡Pero Dios sí que lo ve! Y ese tipo de obediencia deja huella eterna.
Artículo adaptado. Original de Aviva nuestros corazones.
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