Ante la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador, candidato de la Alianza por el Bien de Todos (que aglutina al Partido de la Revolución Democrática, Convergencia y el Partido del Trabajo), triunfe en las elecciones presidenciales en México, resulta interesante analizar algunas de las implicaciones de su filiación religiosa, puesto que, aun cuando no es la primera vez que un evangélico está cerca de ocupar ese puesto, la coyuntura política presenta matices inéditos.
El único antecedente fue el general Aarón Sáenz (hermano de Moisés, destacado educador), quien en 1929 fue marginado de la candidatura por el naciente Partido Nacional Revolucionario precisamente por ser identificado como protestante.[1]
No obstante, sigue siendo un misterio la ubicación religiosa de López Obrador (oriundo de Tabasco, una entidad con elevado porcentaje de evangélicos, alrededor del 20%) y se especula insistentemente sobre la confesión a la cual pertenece.
Al parecer, ha estado ligado a la iglesia adventista, si bien en ningún momento de su campaña ha hecho referencia específica al asunto, ni tampoco ha buscado el apoyo de los evangélicos del país. Es más, cuando fue interrogado directamente sobre sus creencias en un noticiero televisivo, se reconoció como católico, lo cual dio pie a que algunos adversarios lo atacaran por negar su filiación.[2]
Con todo, las referencias religiosas han aparecido en su discurso con cierta frecuencia, como cuando se comparó con Jesucristo, lo cual irritó a muchos sectores.
Recientemente ha criticado al Partido Acción Nacional (filocatólico) por violar el mandamiento relativo a la mentira, en alusión a la propaganda que lo ataca por su actuación como Jefe de Gobierno del Distrito Federal.[3]
También es un probable signo de su orientación religiosa la forma en que se identifica con la figura de Benito Juárez, artífice de la separación entre el Estado y la Iglesia en el siglo XIX. Su admiración llega a tal grado que ha anunciado que vivirá en el Palacio Nacional, lugar donde aún se conservan las habitaciones del único presidente indígena que ha tenido México.
Todo lo anterior resultaría anecdótico si no se sitúa en el marco del viejo debate sobre la participación política de los evangélicos (que siempre reaparece en épocas electorales) y el del acceso al poder de evangélicos en América Latina.
En cuanto a lo primero, constituye una verdadera incógnita el impacto real del voto evangélico en México, pues a las antiguas posturas de apoliticismo, alentadas por los dirigentes de la mayoría de las iglesias, le ha sucedido una verdadera explosión de interés por participar en la arena política de muchas maneras, incluida la organización de agrupaciones o partidos confesionales.
Por otro lado, la experiencia latinoamericana no ha sido nada favorable para la imagen de los protestantes, pues los casos de Efraín Ríos Montt y en Jorge Serrano Elías, en Guatemala, o de Alberto Fujimori, en Perú, ampliamente apoyado por evangélicos, resultaron decepcionantes. Todo ello sin mencionar el boom de partidos evangélicos en todo el continente.
Además, uno de los argumentos con que se ha pretendido descalificar el posible acceso de López Obrador a la Presidencia es la comparación con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por sus supuestas tendencias autoritarias.
Como ya se dijo, lo más llamativo es que López Obrador no ha apelado en ningún momento al eventual voto corporativo evangélico y ha recurrido, más bien, a la tesis liberal consistente en separar las creencias privadas de la actuación pública. Esto rompe tajantemente con algunas iniciativas evangélicas que, sin llegar a articular orgánicamente la ideología religiosa (institucional o no) con la política, pretenden cristianizar la opción que han elegido, como es el caso de la agrupación Encuentro Social o del movimiento Ejército de Dios surgido en Chiapas.[4]
Más interesante aún es la pregunta sobre si en esta ocasión se hará visible la influencia de la ética protestante en el comportamiento político de un gobernante, pues la experiencia del último sexenio mostró a un gobernante que no supo deslindar los límites de sus creencias y las de su responsabilidad como titular del Poder Ejecutivo, imparcial por definición.
La recepción obsequiosa que Vicente Fox brindó al Papa Juan Pablo II constituyó una profunda decepción para los votantes no católicos que contribuyeron a que ocupara la Presidencia.
Finalmente, la reciente reunión de López Obrador con la cúpula del Episcopado Mexicano es señal de una conducta política adecuada y respetuosa, pues de ningún modo este candidato ha asumido una actitud de confrontación hacia las exigencias nunca satisfechas plenamente de los obispos en relación con el acceso de la Iglesia Católica a los medios masivos de comunicación o a la educación.[5]
No obstante, López Obrador planteó a los obispos la necesidad de discutir públicamente algunos de los temas más candentes para ellos: el aborto y la eutanasia, por ejemplo. De modo que el eventual triunfo de López Obrador, podría llevar a la presidencia a un político evangélico que enfrentará una difícil tarea, más allá de sus creencias personales.
alc